
Sant Vicent, Patrón de Llíria
Sabido es por todo buen lliriano que la ciudad de Llíria, antigua Edeta romana y heredera de una profunda tradición cristiana, cuenta con la protección celestial de dos grandes patronos: San Vicente Ferrer y San Miguel Arcángel. Ambas devociones, hondamente arraigadas en el corazón del pueblo, han acompañado el devenir histórico, religioso y cultural de la Villa a lo largo de los siglos, siendo testimonio de la fe viva y del reconocimiento agradecido de sus habitantes hacia quienes consideran sus protectores.
En tiempos antiguos, concretamente durante el siglo XIV, los patronos reconocidos de la Villa eran San Pons y San Roque, santos muy venerados en todo el Reino de Valencia por su intercesión contra las epidemias y enfermedades contagiosas. Sin embargo, el panorama religioso de Llíria cambió profundamente a raíz de un acontecimiento extraordinario que marcaría para siempre su historia: la visita de San Vicente Ferrer en agosto del año 1410.
El célebre dominico valenciano, gran predicador y taumaturgo, pasó por Llíria durante una de sus misiones evangelizadoras, y según la tradición, obró el famoso "milagro de las aguas", al hacer brotar de un manantial el agua que tanto necesitaban los vecinos, afectados por una grave sequía. Este prodigio, conservado fielmente en la memoria popular, fue considerado signo del favor divino, y desde entonces, el pueblo lliriano no dejó de profesar una profunda devoción al santo predicador.
Tras su muerte en Vannes (Francia) el 5 de abril de 1419, y su canonización por el papa Calixto III en 1455, la veneración a San Vicente Ferrer se extendió por todo el orbe cristiano, y Llíria, agradecida, le erigió una ermita junto al manantial bendecido, perpetuando así el recuerdo de su paso y de su milagro. Por aclamación popular, el santo valenciano fue proclamado copatrono de la Villa, junto con San Pons y San Roque, quienes poco a poco irían perdiendo protagonismo en el sentir devocional del pueblo.
El cronista local Martí Ferrando narra cómo, con el transcurso de los siglos, mientras San Pons y San Roque "iban perdiendo quilates", San Miguel Arcángel los acumulaba, fortaleciéndose su devoción como protector celestial de la Villa Edetana. No obstante, San Vicente Ferrer mantuvo su lugar de honor, sostenido por el recuerdo del milagro y por la fe viva de los llirianos.
Ya en la Edad Moderna, cuando se concluyó la majestuosa Iglesia Parroquial de Nuestra Señora de la Asunción —hoy Basílica—, se quiso dejar constancia visible de esa devoción. Uno de los altares del crucero, el situado junto a la sacristía, fue solemnemente dedicado a San Vicente Ferrer, y al pie de dicho altar se fundó tiempo después la primera cofradía en su honor, agrupando a los fieles que mantenían viva la devoción al taumaturgo valenciano.

Por su parte, la devoción a San Miguel Arcángel, cuyo culto se remonta a la Edad Media, fue creciendo hasta convertirse en el emblema espiritual de la ciudad. Su fiesta, celebrada tradicionalmente a finales de septiembre, se acompañaba de ferias ganaderas —conocidas como la feria lanar y mular— ya documentadas desde el año 1419, lo que revela la profunda vinculación del Arcángel con la vida civil y religiosa de la comunidad.
Finalmente, en el año 1885, atendiendo la petición unánime de los vecinos de Llíria, el papa León XIII proclamó canónicamente a San Miguel Arcángel como Patrono de la Villa, confirmando así oficialmente una devoción que, de hecho, ya era sentida y vivida desde hacía siglos.
De este modo, al examinar la historia con detenimiento, puede afirmarse que San Vicente Ferrer fue reconocido como patrono de Llíria más de cuatro siglos antes de la proclamación canónica de San Miguel Arcángel. El dominico valenciano, cuya presencia marcó la vida espiritual del pueblo desde 1410 y cuyo patrocinio se consolidó en 1455 tras su canonización, puede considerarse el primer patrono de la Villa Edetana por aclamación popular.
Así, Llíria, ciudad de profunda raigambre cristiana, se honra en tener por intercesores a San Vicente Ferrer, el apóstol del Evangelio y taumaturgo de las tierras valencianas, y a San Miguel Arcángel, príncipe de las milicias celestiales, símbolo de la fuerza divina que vence al mal. Ambos representan, en el corazón de los llirianos, la unión perfecta entre la fe predicada y el bien defendido, entre la palabra que convierte y la espada que protege.